lunes, 15 de octubre de 2018

¿Por qué un "Día Internacional de la Alfabetización"?

“Smita se despierta con una sensación extraña, una urgencia tierna, una mariposa en el estómago desconocida para ella. Hoy es un día que recordará toda su vida. Hoy su hija empieza la escuela. Smita nunca ha pisado una. Allí, en Badlapur, la gente como ella no va a la escuela. Smita es una ‘dalit’, una intocable”.

“La trenza” de Laetitia Colombani. Narrativa Salamandra, 2018.


Ernesto (nombre ficticio) va leyendo en el autobús mientras se dirige al CEPA (centro de educación de personas adultas) en el que trabaja. Recuerda un artículo que leyó hace como un año: “…mira a tu alrededor si vas en autobús, metro o tren de cercanías y si estás en Vallecas, al menos seis personas, probablemente, no tendrán el título básico de educación en España y dos no sabrán leer…”. Lo hace y piensa: “¡Qué barbaridad! Creo que esta historia nos va a servir este curso”.



Vuelve al libro:


Se puede considerar que una persona está alfabetizada (letrada se denomina en otras lenguas) si “tiene la capacidad de leer y escribir, comprendiendo lo que lee o escribe”. Esta es la definición más generalizada. En la India, la tasa de analfabetismo se aproxima al 28%, prácticamente el 40% de las mujeres.
Según informe de la Unesco, la India es el estado con mayor población de analfabetos del mundo. La India tiene 287 millones de adultos analfabetos, el 37 por ciento de la población mundial en esa situación, y dedica menos recursos que los aconsejables para educar a sus ciudadanos.
Smita, la primera protagonista de este artículo es hindú, el país con mayor número de personas no alfabetizadas, no es el que tiene el mayor porcentaje de analfabetismo.

Biram (otro nombre ficticio) también se dirige al mismo CEPA. Va inquieto por dentro, inseguro. Allí donde se aloja, una institución que le da acogida, le han dicho que vaya. Biram tiene una orden de expulsión desde hace una año. Cuando está esperando turno, se le acerca Ernesto y le pregunta si le están atendiendo. Apenas le entiende, pero los gestos sí. Biram es de Burkina Faso y habla un poco español, lo suficiente como para explicarse. Sí sabe leer y escribir en francés, pero no en español. Lleva papeles doblados en una carpetilla de plástico, pero le falta documentación de identidad necesaria para inscribirle en los grupos de “Español para inmigrantes”.

Ernesto le presenta a Jose. Le preinscriben, aseguran que quede un contacto telefónico en el que le puedan localizar y tras hacerle una pequeña entrevista, leer y escribir un poco, le indican que tendrá que ir la semana próxima a ver si está en el listado de los grupos, que pregunte si no apareciese para ver cómo resolverlo. Se siente bien atendido. Y vuelve a emprender el camino de vuelta a la institución en la que le facilitan lo imprescindible para vivir. Camina con temor a que la policía le retenga, tiene instrucciones claras para que se pongan en contacto en ese caso con esa institución; pero el temor va con él. Aunque hace unos meses que parece que la presión de la policía ha remitido algo, Biram no ha sonreído en todo este tiempo, su semblante es serio y algo preocupado. No se ha sentido mal tratado.
J. y E. intentarán adscribirle en algún grupo.

En Burkina Faso la tasa de analfabetismo es del 64%. Biram llegó a España en una patera desde Marruecos tras un larguísimo viaje por cuatro países.

Cuando Biram sale por la puerta del centro, entra Ana, que ya lleva unos cuantos años estudiando allí. Se siente bien, hace mucho que vive sola y, al menos, en el “cole” está con gente. Le gusta hablar, ver a los jóvenes por allí, incluso a veces en su clase hay alguno. Ana tiene 71 años, lee y escribe con dificultad y le cuesta entender lo que lee, sobre todo si el texto es largo. Leer un libro le es muy costoso. Los profes se empeñan en que utilice el ordenador, es una pequeña tortura para ella;  pero, cuando consigue ver en la pantalla algo que ha escrito ella misma, y luego impreso en papel, se siente muy satisfecha y sonríe.

En los últimos datos publicados por la UNESCO, en 2016 había en España una tasa de analfabetismo de 1,75%, cerca de 700.000 personas. En esta cifra no están incorporadas aquellas de las que no se tiene información en el censo de población. Setecientas mil personas que tienen derecho a aprender a leer y escribir. Casi 20.000 personas en el barrio de Ana, la mayoría de ellas mujeres, no saben leer, ni escribir, o no tienen ningún tipo de estudios.

Ana sale del centro media hora después. Va contenta, ha charlado con la conserje y con la limpiadora del centro. Además, en secretaría la han dicho que vuelva la siguiente semana para ver las listas, que empiezan las clases el 17. Ana se aleja con una sonrisa en la cara...

Podríamos seguir con más personas, pero por hoy puede ser suficiente.

Bien, pues tú que estás “leyendo” imagina, no ya las dificultades que tienes para “estar al día”, imagina las dificultades que tiene una persona adulta que no ha aprendido a leer, lo que en otras lenguas se dice “iletrada/o”. Por cierto, en castellano, el término analfabeto tiene a veces un carácter peyorativo, incluso se utiliza como insulto.

Sin embargo, no es un problema menor, tanto para la persona que carece de esa “competencia” como, por extensión, para cualquier sociedad que debe tender a satisfacer las posibilidades de la ciudadanía.

Pero no acaba ahí el problema. “Entre quienes saben leer y escribir, se estima que una cuarta parte de las personas adultas (sí, la cuarta parte) no es capaz de determinar si un pago realizado en un banco es correcto, incluso con el recibo correspondiente en su mano. Por otro lado, una tercera parte es incapaz de escribir las exenciones que le corresponden en el impreso de la renta anual. Cuatro de cada diez personas adultas no son capaces de comparar sus cualificaciones con los requisitos de la publicidad de ofertas de empleo. Una de cada cinco no es capaz de escribir la dirección de una carta para que llegue a su destino. Casí el 40% no es capaz de calcular la cantidad de dinero que tiene que recibir como cambio, después de habérsele entregado el recibo correspondiente… Saben leer y escribir pero no son capaces de servirse de esos dominios en su vida corriente. Son lo que se denomina analfabetos funcionales. Y aquí el porcentaje se dispara. Volviendo al primer párrafo, ponte en el lugar, mientras lees al menos, de una de esas personas en este momento social de cambios acelerados. Si estás implicada/o en educación o en educación de personas adultas (EPA), seguro que te surgen varias imágenes y, además, de diversas edades.

“Los contenidos del conocimiento necesario aumentan a gran velocidad y en gran cantidad. Es impensable poder aprenderlo todo en la escuela y es impensable que la escuela moderna tal y como está diseñada puede seguir el ritmo de aprendizaje que está tomando la producción del conocimiento. Según Ricardo Díez Hochleitner la riqueza global de conocimiento acumulado se duplica actualmente cada cinco años.”
(‘El aprendizaje fuera de la escuela’, Florentino Sanz 2006)

Y hasta ahora solo habíamos hablado de leer y escribir. En nuestra sociedad hay otras competencias (sí, esa palabreja tan de moda en educación) igualmente necesarias para acceder a las necesidades básicas de calidad de vida. Paliar esto debía ser objetivo prioritario de las administraciones. Lamentamos decir que para las de mi país, comunidad autónoma y ciudad no lo es. No es que no sea objetivo prioritario, es que ni siquiera es un objetivo.

No obstante, algunas/os no nos conformamos con esta falta de interés de las administraciones para con las personas más desfavorecidas e intentamos en la medida de nuestras posibilidades de paliar esa invisibilidad de quienes sufren del iletrismo, el analfabetismo o como lo quieras llamar y avanzar hacia una educación permanente acorde con los tiempos.

La UNESCO dedica organismos, reuniones… y sus parámetros deberían ser ‘indicadores universales’ para las administraciones para evaluar sus actuaciones. Aunque no lo hagan las administraciones, la responsabilidad de evaluar y aplicarlos en nuestros entornos atendiendo esos parámetros la terminamos asumiendo quienes trabajamos en actuaciones socio-educativas, los CEPA, por ejemplo. En este sentido, la Declaración de Incheon y el Marco de Acción ODS 4 – Educación 2030, auspiciada por la UNESCO y celebrada en esa ciudad de Corea del Sur, es el último referente, un referente universal que tiene en cuenta entre otros los objetivos para un desarrollo sostenible y propone once indicadores, tras señalar objetivos, enfoques estratégicos y metas a tener en cuenta. Su objetivo principal es “garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje permanente para todas y todos”.

Os proponemos que nos pongamos ya a ello coordinándonos, entidades y personas interesadas para desarrollar esta declaración y las propuestas de este artículo. Nosotras/os estamos dispuestos.


Aquí va el enlace de la Declaración de Incheon:

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